-?
Hay algo que está haciendo crisis en una Argentina que parece hundida en una decadencia irreversible y definitiva. Pero es menos la totalidad así llamada "Argentina" que uno de sus actores políticos más relevantes lo que cruje y se autoexhibe presa de esa crisis de raíces remotas.
Hurgando en el pasado reciente, tomamos nota de que, durante las décadas '60 y '70 del siglo XX, era muy difícil la construcción política en este país. La dificultad estribaba en que uno de esos actores políticamente relevantes actuaba como una inteligencia artificial que hubiera alcanzado el punto de singularidad y tornado innecesarios a los seres humanos. No necesitaba de nada ni de nadie, ese actor relevante, para desplegarse en la realidad y proceder, y sobre todo, no necesitaba de los demás actores políticos. Si los toleraba e, incluso, si accedía a juntarse ocasionalmente con ellos, lo hacía sólo a condición de que éstos aceptaran el estatuto de fuerza subalterna con derecho sólo al sobrante de los eventuales réditos que rindiera tal maridaje. La base granítica que sostenía esta ofuscación era el número.
Para Perón, el objeto esencial de su reflexión era la política; para Pitágoras, el origen del universo. A ambos les parecía que el númeroera la materia primordial viviente que había originado y le confería sentido, tanto a aquélla como a éste.
Lo que está en crisis hoy, entonces, es un fenómeno político-cultural que tiene su genealogía, su procedencia, su "herkunft" nietzscheano.
Si prescindimos de aquel origen histórico, el peronismo de hoy aparecerá, para el observador en estado de reposo, con un perfil desajustado a la realidad y, por ello, difícilmente comprensible. Sobre todo, cuando peronistas de vieja estampa y poco talento para crear línea política, siguen perdidos en ensoñaciones alucinatorias y creen que todavía están frescas y lozanas, sedicentes dimensiones ecuménicas de un actor político que ya hace mucho tiempo da signos de fatiga y que también hace mucho tiempo que gana y pierde elecciones sin que nada cambie y permitiendo que siga siendo lejos pedir y demasiado cerca saber que no hay (dixit Pizarnik).
Aquel fenómeno que se gesta poco antes o poco después del terremoto de San Juan de 1944, que se consolida en 1945 y que se formaliza en 1946 no se llamaba aún "peronismo" y ni siquiera tenía nombre. Los únicos "ismos" inquietantes que, por entonces, surcaban un país todavía partido al medio entre interior y puerto, exhibían genealogía foránea y eran maximalistas, es decir, iban por todo pues no creían en el capitalismo.
Tal vez porque la presencia rutilante de aquellos inmigrantes ideologizados al extremo inspiraba cierta paranoia, los diarios La Prensa y La Nación de la época alucinaron una forma de protocomunismo en fragua en esa masa turbulenta que servía de base al coronel Perón para lanzarse a la política activa.
Nada más erróneo, claro está hoy. Lo que había ocurrido o estaba ocurriendo bajo la mirada siempre atenta de la burguesía agraria, era sólo que una forma elemental de la existencia colectiva, la "serialidad", devenía otra forma, ésta fundamental: el "grupo-en-fusión". Es decir, en la vida histórica de esa comunidad llamada Argentina, una parte estaba transitando desde la aglomeración indiferenciada y anónima hacia una formación grupal específica y con identidad propia (el grupo fusionado) que, a partir de un compromiso y un juramento, emergía de la serialidad como una reacción contra ella. El peronismo surge de su sociedad(y la única verdad de la realidad, es la dialéctica). Y como su ulterior desarrollo y destino en tanto grupo-en-fusión se hallaba amenazado por el peligro de un retorno a la serialidad (es decir, por su disolución), tomó recaudos para conjurar la amenaza, lo que logró por cierto, pero al precio -inevitable- de autoconstruirse como una estructura esencialmente vertical y autoritaria. Lo cual, per se, no es censurable. La política "en serio", es decir, la que es lucha por el poder del Estado, no sabe de horziontalismos ni de democratismos inconducentes. Es imprescindible reconocer esto para no caer en hipocresías siempre deleznables. Para perorar sobre aquellas presuntas virtudes en torno al "demos", han estado siempre listos, como los boy scouts, los radicales, los anarquistas y los trotskistas.
Decimos que, sin poner la lupa en el magma original que le dio su primera vida, el peronismo sería un fenómeno incomprensible, sobre todo en el hoy de la globalización capitalista, cuando ya la humanidad transita la tercera década del siglo XXI.
Así, en lo que va del mentado siglo, el peronismo lució ideológicamente desarmado para confrontar con los actores occidentales de la globalización, que tienen como meta estratégica aquella definida antaño por Zbigniew Brzezinski en un panfleto hegemonista que circuló con el título de "El gran tablero mundial". Esos "nenes de pecho", para los cuales la "contradicción fundamental" que surcaba el nuevo escenario global postsoviético se sintetizaba en la fórmula EE.UU.-Eurasia, le quedaban demasiado grandes a un peronismo pensado para otros menesteres y funciones históricas. Nada iba a poder -nada pudo- contra el "comando Sur", el FMI, la CPI, la Open Society, la Rand Corporation, o los buitres "Burford" del sionista Paul Singer.
Nacido para combatir al proletariado disolvente anarco-socialista que amenazaba la estabilidad del sistema político oligárquico fundado en la Argentina medio siglo antes, no podía luego devenir herramienta apta para enfrentar, en el escenario global, a una colusión de propietarios a la que ayer había procurado poner, en el orden local, al abrigo del embate disolvente.
La "nueva alianza social" (entendido este sintagma como el verdadero origen del peronismo, según lo veremos unos párrafos más adelante) fue un timo al pueblo que sólo los oportunistas de hoy o los aquejados de populismo irredento podían no ver. Antes de proseguir, quiero informar al público lector que prioriza lo sentimental por sobre lo racional, que "populismo" no es un invento de Magnetto, ni de Alfredo Leucovitch, ni del diario La Nación. "Narodniki" se llamaron los populistas en su origen; de allí procede la palabreja. Y estos narodniki constituían una porción de los dirigentes políticos que se oponían al "vanguardismo" de Lenín, al que acusaban de cortarse solo y de consultar poco a "las bases" y, sobre todo, de no guiarse por las emociones de un pueblo sabio que por eso -por sabio- "nunca se equivocaba". Prosigamos.
Pero la mirada que indaga en las esencias últimas y más ocultas del fenómeno social deja en pie, todavía, el interrogante por sus causas inmediatas. Y son tres las teorías que, en el ámbito académico, han circulado acerca de la etiología del peronismo: Gino Germani; Portantiero-Murmis-Torre; Torcuato Di Tella (h). Veamos.
Según Germani, en el origen hubo una relación conflictiva del líder con las dirigencias sindicales ideologizadas que venían del período anterior, relación que es "cortocircuitada" por Perón (la expresión es de Di Tella) mediante el atajo de una apelación directa a las bases, lo que le permite al "líder carismático" primero, "puentear" a los sindicatos combativos y, luego, reducirlos paulatinamente a la irrelevancia. Se trata de una visión simplista en la medida en que no ve contradicciones sustantivas dentro de la masa obrera, la que habría constituido materia homogénea y maleable para un Perón lanzado por el atajo fácil de la demagogia. El líder actúa desde fuera de la masa. El fenómeno es netamente heterónomo. De ese modo, además, asimila muy fuertemente al peronismo con el fascismo mussoliniano que el propio Germani había conocido. Demasiado europeísta para ser real.
La segunda versión sobre el origen del peronismo es el corpus teórico de Juan Carlos Portantiero, Miguel Murmis y Juan Carlos Torre, versión hoy devenida "ortodoxa" en el ámbito académico. Según estos estudios, la élitepolítica (Perón y la dirigencia peronista) se encuentra con un movimiento obrero que cuenta con conducciones más nuevas pero también experimentadas; y es a una dirigencia de estas características (que tenía un proyecto social) que Perón (portador de un proyecto político) le propone una nueva alianza social. En los orígenes del peronismo, entonces, según esta mirada, la clase obrera no resigna su autonomía como sí ocurre en la interpretación de Germani. Antes bien, ese movimiento obrero (esa clase obrera) es un sujeto con identidad y voluntad propia que negocia mano a mano y de igual a igual con Perón. Es un sujeto autónomo (decide por sí), no heterónomo (deciden por él).
Pero si Germani yerra, también se equivoca la "nueva ortodoxia" -sostendrá Di Tella-, pues construye una abstracción ideal en la cual están ausentes las asperezas y, más aún, las violencias de la política. En efecto, el peronismo no es hijo de la armonía y los buenos modales practicados en una mesa de negociación que dio como fruto una propuesta de “nueva alianza social” aceptada por la otra parte. Es éste el punto fuerte de la mirada de Di Tella: los hechos históricos son duros, y no hay que hacerles decir lo que nunca dijeron.
Así, el autor de Perón y los sindicatos -y embajador de Néstor Kirchner en Italia-,a su turno, propone otra visión de las cosas. Para construir su poder y su partido -afirma- Perón usó de la represión y de la cooptación -dineraria y/o ideológica- por partes más o menos equivalentes (a veces, dirigente por dirigente, delegado por delegado) tanto en Buenos Aires como en el interior del país. El caso de Cipriano Reyes (torturado y víctima de intentos de asesinato por la policía de Solveyra Casares, a cuyo interior el coronel era ciertamente influyente) es emblemático, pero está lejos de ser el único. "El sector autónomo obrero fue básicamente reprimido, con una cooptación de una minoría (pronto también ella subordinada), mientras que entre las clases populares se dio un complejo fenómeno de incorporación de masas a la escena política que fue la verdadera base del peronismo" (Di Tella). Nombres emblemáticos que corporizaron aquellos forcejeos fundacionales fueron los de Domenech, Pérez Leirós, Silverio Pontieri, Francisco Gay, Aurelio Hernández, Ángel Borlenghi, Gerónimo Espejo y otros, todos ellos dirigentes sindicales conversos, por las buenas o por las malas, que venían de las tradiciones ácratas y socialistas.
No hubo -entonces- ninguna alianza social. Lo que ocurre -lo que ocurrió- es que el clima de época en que maduró la versión ortodoxa acerca de los orígenes del peronismo -clima de los iniciales años ’70- cobró forma como necesidad políticade algunos sectores sustantivos del acontecer político y social de aquel entonces, ya que -repetimos- es en esos años que alumbra la construcción teórica de Portantiero, Murmis y Torre.
Sucedió que un organismo que lleva adelante la actividad política urbana armada (Montoneros), con todo su acervo ideológico sedicentemente portador de valores nuevos, necesitaba de un "origen" más cargado de épica que el que proponía Gino Germani. Era inadmisible que la " Tendencia Revolucionaria" del peronismo setentista proviniera de fuentes tan desangeladas como las que, hasta ese momento, proponía el sociólogo italiano radicado en la Argentina, a saber, la modelación, por parte de un líder carismático, de una masa de maniobra pasiva y a merced de la demagogia y el oportunismo. Con esa partida de nacimiento no se era creíble en los setenta. Era poco “sexy” ese parentesco. No “enamoraba”. Mucho menos a la maravillosa juventud. Y la fábula de la nueva alianza social, entonces, hubo de abrirse paso como precursor ejercicio de posverdad. Como el “contrato social” de Rousseau, esta iridiscencia fantasmática alucinada como nueva alianza social, fue sólo eso: un imaginario que daba fundamento a una teorización que, a su vez, servía de base a una política armada. Estamos diciendo que aquel contexto cultural produjo una teoría muy funcional a lo que necesitaba esa "ala izquierda" del movimiento peronista y proveniente de intelectuales y académicos que, en ese momento joven de sus vidas, lucían mucho más radicales que lo que fuéronlo después, y perdóneseme el gongorismo.
Es esto lo que se está cayendo, aun cuando tal vez todavía pueda ganar elecciones. Eso no se puede saber. No hay Sibila de Cumas que valga, aquí; ni adivinos ciegos ni Sófocles que los invente; ni desatendidos advertidores de que se avecinan los idus de marzo. Pero siempre hay que saber (no sólo decir) que después de ganar hay que gobernar. Así como vamos, no sólo perdemos, sino que tal vez ni candidatos tengamos.
El caso -y lo que queremos proponer como agenda de debate- es que al hombre que había pisado el escenario histórico para barrer con toda la "basura disolvente" heredada desde el fondo de la Argentina inmigrante, le resultaba imprescindible destruir el partido Laborista de Cipriano Reyes,para fundar, en su lugar, un partido netamente peronista y sujetar a él a la CGT y a las delegaciones regionales del interior.
Lo anterior es tan cierto que pasarlo por alto sería una forma del negacionismo de nuestra historia de entrecasa. Como también lo sería ignorar que, con ese mismo Perón, el trabajador argentino accedió a lo que ni anarquistas, ni socialistas, ni comunistas le habían podido garantizar. Convenios por rama y/o por oficio que regulaban salarios y condiciones de trabajo, el aguinaldo, el descanso dominical, el estatuto del peón rural, el esfuerzo industrializador (no importa ahora con qué resultado) y la creación del fuero laboral, entre muchas otras conquistas, constituyeron una realidad que, durante medio siglo, tuvo dimensión histórica y que ahora, el "estado profundo" que rige lo que importa en la geopolítica argentina, ha venido a destruir definitivamente sin reparar en medios ni en la calidad espiritual de los golem elegidos para tal cometido estratégico que hace a su existencia como clase.
Pero para abogar por el mérito de aquel programa social no es necesario enrolarse en las filas del escamoteo de una explicación sensata de lo acontecido en los orígenes. Y tal vez esté ocurriendo que las fragilidades del pasado se replican, cual juego de espejos, en las inconsistencias del presente, ahogado todo ello, en la coyuntura, por el "affaire" Alberto que, en suma, no es lo principal, así como sus denunciantes no son angelicales duendes de ningún empíreo celestial ni mosquitas muertas indefensas, sino actores políticos turbios que trabajan en línea con las persistentes difamaciones que, en las últimas décadas, ha sufrido todo lo que, en este país, tuvo entidad de poder como para concretar lo que, en otras fuerzas populares, es sólo siempre "programa": el kirchnerismo, en las últimas dos décadas, devino potencial amenaza de radicalización, y lo combatió la derecha más porque convocaba a la política a unas masas turbulentas siempre proclives a desbordes antisistémicos, que por las efectivas medidas de ruptura que adoptó mientras fue gobierno. La actitud de la burguesía local frente al kirchnerismo fue -lo sigue siendo- preventiva.
En parte de esta nota, al principio, nos hemos valido de conceptos extraídos de "La Crítica..." de Jean Paul Sartre, que es el nombre "familiar" con que, en el ámbito académico, se menciona a la obra más radical del filósofo francés, esto es, la Crítica de la razón dialéctica. Ese texto europeo no es cipayo, como creen los peronistas, sino que se refiere a la Argentina, porque se refiere a la humanidad. Ese texto "cipayo" nos sirve para entender que el peronismo ha surgido de la "serialidad", ese magma confundido e indiferenciado en que consistía el mundo del trabajo antes del big bang que instituiría a ese peronismo como grupo fusionado con identidad propia. Los desvaríos de otros grupos con identidad de izquierda han obligado a éstos a hacerse cargo de sus desatinos, y las últimas décadas los han visto esfumarse en una nueva serialidad o mimetizarse con el peronismo cual furgón de cola sin línea y sin brújula. Es el precio que se paga por los errores cuando éstos son de dimensión histórica.
Y ahora, ¿qué...? Ahora estamos frente a la operación y su objetivo: desmoralizar para siempre a la clase trabajadora y reenviar a las brumas del olvido sus mejores tradiciones combativas y antidictatoriales gracias a las cuales vio la luz "la democracia", esta democracia con la que se limpian el culo el "círculo rojo" y sus marionetas de ocasión que están ahí porque las trajo la endeblez ideológica de los que los precedieron y se priorizaron a sí mismos, sin ver que eran la ocasión de lo mismo que culpaban… Ahora es la venta del país, el default financiero y social, el 56% de pobreza, las cárceles para niños, el aumento constante del desempleo y el hambre. Esos son los temas, no "Alberto". Ahora... ahora pende sobre la Argentina una amenaza existencial. La Argentina es demasiado importante como para dejarla en manos de los argentinos... tiene demasiados recursos naturales y de los otros, de los culturales, dice la máxima que guía los diseños geopolíticos en Washington. Alguien deberá hacerse cargo, aquí, de los errores cometidos. Incluso nosotros, los que no gobernamos. Porque no gobernar, en estas situaciones límite, es una forma de desertar de los deberes.
El círculo, sea rojo, verde o polícromo como la rosa que atrae al ruiseñor, está destruyendo el gran obstáculo para su enriquecimiento sin pausa ni medida: el Estado. Se vale para ello, de un muñeco maldito, de epifanías siniestras que irrumpen de repente, pero también de la módica calidad de nuestro/as dirigente/as. Se quedarán con todo, por ahora, menos con la calle. Ganarla es el camino... ¿eh, Daer...?
Un excelente blog de literatura, basado en ese "fin del mundo" que es Punta Arenas, se denomina, si todavía existe, como el título de esta nota. De allí, de la fértil imaginación del cuentista Hugo Vera Miranda, amigo chileno, he robado tal título. Nobleza obliga.
Va con firma | 2016 | Todos los derechos reservados
Director: Héctor Mauriño |
Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite