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Hace doscientos ocho años, el general San Martín, quien sería el garante de la independencia de la Patria, firmada en el mismo salón donde Milei puso en fila a los sumisos gobernadores, tenía en claro que la organización final del plan continental terminaría definitivamente con el yugo del imperio español. José de San Martín sabía que la lucha de su ejército tenía un correlato político, que no era ni más ni menos que ejercer la soberanía de la Patria Grande.
El paradójico “acuerdo unilateral” denominado “Pacto de Mayo”, no sólo sirvió para alinear a gobernadores, finalmente domesticados con previa humillación, sino también dejar en claro que, en el espectro político que va desde el centro a la derecha, hay un solo jefe y se llama Javier Milei. A los que les quedaba un poco de ínfulas de liderazgo, se les congeló con la espera de casi una hora a dos grados bajo cero, en la vereda de la Casita de la Independencia. Allí, casi azules de frío, esperaron (todo lo que Milei quería que esperasen) los degradados jefes del PRO y del Radicalismo.
Aunque la economía no marcha del todo bien (diría que bastante mal), Milei “tiene palenque ande rascarse”. Está cumpliendo, y sobremanera, con aquellos que “tienen la sartén por el mango y el mango también” como cantaba Tita Merello. El decálogo de la sumisión al poder económico lo firmaron 18 gobernadores, más el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Un día antes, el Presidente dejó plantados a los jefes de Estado de los países que componen el Mercosur, un organismo de casi treinta años de antigüedad. A pesar de los tumultuosos vaivenes de la política latinoamericana, los diferentes gobiernos nacionales, más allá de las distancias ideológicas, le han dado continuidad a esa organización política-económica. Pero Milei se sintió más invitado por el conciliábulo conservador convocado por el ex Presidente brasileño, Jair Bolsonaro. Prefirió recibir una medallita con la cara del ex militar brasileño, antes de abocarse a defender los intereses de nuestro país y de la región, y de enfrentarse al actual presidente brasileño, Lula Da Silva.
El Pacto de Mayo es la contracara del Plan continental sanmartiniano. Es la sumisión, la dependencia, la entrega de nuestros bienes comunes a los insaciables capitales de adentro y de afuera. Como si la ignominia del Pacto de Mayo fuera poca para los intereses de nuestro Pueblo y Nación, horas después del infame Pacto firmado, se realizó un desfile militar en la ciudad de Buenos Aires, acompañado también con una caravana de autos Falcon, aquellos que utilizaban los grupos de tarea de las FFAA para secuestrar a miles de compatriotas en la última dictadura cívico-militar. También se podían leer carteles, al costado del desfile, que decían “los carapintadas no estaban tan equivocados”. Las nostalgias de quienes reivindican el terrorismo de la dictadura estaban a flor de piel. Una concurrencia un poco menos que moderada para observar a los más de 7.000 uniformados y a ex combatientes, saludando a un Presidente argentino que reivindica a Margaret Thatcher, verduga de cientos de pibes argentinos. Ese mismo Presidente, con su vicepresidenta, cerró el desfile agitando las manos desde un tanque de guerra. Fue todo un símbolo bizarro para “tiempos democráticos”.
Queda claro, que aquel ejército de San Martín que tenía un plan político de liberación, está muy lejos de nuestra realidad.
Y me pregunto: ¿Será posible tener un gobierno que defienda los intereses de la Nación y del Pueblo argentino sin contar con un ejército nacional y popular? La experiencia en nuestro país y de los demás países latinoamericanos nos indica que no. Claro está, si tampoco existe un Pueblo dispuesto a sacarse el yugo de encima, el sometimiento es cantado.
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