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Ud. queda en libertad, pero debe reconocer que cometió espionaje y, por ende, un atentado contra la seguridad del Estado y la defensa nacional.
Esa fórmula, merced a la cual Julian Assange eludió una potencial condena a las rejas de por vida, evoca, desde el punto de vista de su contenido, la realidad de la "libertad de expresión" en el capitalismo global. Y, desde el punto de vista formal, nos remite a aquellos célebres "procesos de Moscú", cuya naturaleza procesal más típica era que el condenado a muerte, para eludir el fusilamiento o la horca, debía "autocriticarse" públicamente, reconociendo que él, como condenado, era una alimaña antisocial que, si no merecía la muerte, era sólo debido a la magnanimidad de los "camaradas" fiscales y jueces.
El drama de estos muchachos universitarios de las mejores escuelas anglosajonas y europeas reside en que se toman al pie de la letra las mentiras ideológicas que les enseñan en esas "mejores" casas de altos estudios a las que concurren y, unos años después, cuando ya es cosa de largarse cada cual a trabajar -dicho al mejor estilo Martín Fierro- lo hacen con la seguridad, la ingenuidad y el espíritu escéptico de los que no pueden creer que, en lugares donde les enseñaron tan nobles valores y principios, todo sea, en realidad, una realidad virtual para consumo de los propios en la lucha ideológica que enfrenta a los buenos contra los malvados, como bien lo ha fatigado Hollywood. Edward Snowden, otro periodista perseguido por la gran democracia del norte, lo percibió a tiempo y prefirió quedarse en Moscú, ciudadanía rusa incluida.
Assange creyó, a pie juntillas, que en occidente la libertad de expresión era un pilar sólido de su civilización ante el cual inclinaría su cerviz todo magistrado bien nacido y dotado de idéntico sentido liberal que él mismo. Pero hoy se encuentra con que incluso Google (que es la rama informática del Departamento de Estado), le niega, incluso, su calidad de periodista y lo llama "programador", pues a Washington y repetidoras les resulta más conveniente presentar la persecución de un periodista como la de un "programador". De ese modo, incurren en una deformación de las cosas más asimilable por la "opinión pública".
A partir de ahora, cualquier trabajador de prensa que reciba una información de su fuente lo pensará dos veces antes de hacerla pública, pues, en ese caso, arriesga su vida o la tangible probabilidad de pasar encerrado el resto de su vida.
Sobre Assange pendió, durante dos lustros, la amenaza de 175 años de prisión.
Assange reveló entre millones de cables emitidos por Wikileaks -la agencia que él fundó-, cómo el ejército de Estados Unidos torturaba prisioneros en Irak, Afganistán y Guantánamo. El Departamento de Justicia de EE.UU. dijo que eso era información que ponía en peligro la "defensa nacional" del país. Assange, sobre el punto, dijo que se trataba de información de interés público y que debía ser comunicada al público.
Según ha re-evocado recientemente el portal de la BBC, "una de las filtraciones más destacadas se produjo en 2010, cuando el periodista australiano publicó un video filmado desde un helicóptero militar estadounidense que mostraba la matanza de 18 civiles en Bagdad, Irak. Como los nazis, como en Vietnam, EE.UU., en sus guerras, mata por placer y a mansalva a poblaciones civiles indefensas.
"Una voz en la grabación instaba a los pilotos a ‘quemarlos a todos’ y desde el helicóptero se disparó contra las personas en la calle” -dice BBC-. "Cuando una furgoneta llegó al lugar para recoger a los heridos, también recibió disparos.
"El fotógrafo de la agencia de noticias Reuters Namir Noor-Eldeen y su asistente Saeed Chmagh murieron en el ataque". (Ver enlace).
Pero en la historia de esta lucha por la libertad con final feliz, no hay sólo un héroe; también una heroína. Se llama Stella Moris, hoy Stella Assange, y fue la abogada del prisionero hasta que se enamoraron y casaron. En la embajada de Ecuador en Londres, tuvieron dos hijos, es decir, Stella asumió que tal vez la vida le depararía cuidar en soledad a dos niños si su padre era condenado a 175 años de prisión. Integridad moral e ideológica, la de Stella, o amor del más puro, según se mire. O feminismo "en serio".
En América Latina, una de las voces que más insistió exigiendo la libertad de Julian Assange fue la del jurista paraguayo, internacionalmente conocido por su lucha contra la dictadura de Stroessner, Martín Almada. A todos los que reclamaron en soledad en ese momento, les cabe, entonces, también, el agradecimiento de los periodistas del mundo.
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