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Una y otra vez escuchamos a unos cuantos políticos del campo nacional y popular hablar de forma correcta, expresando las cosas esperables, sin un ápice de osadía. La bronca social con respecto a la administración y decisiones de quienes manejan la cosa pública, deviene tras el fracaso de los dos últimos gobiernos de distintos signos políticos, pero principalmente de los últimos cuatro años del “moderado” Alberto Fernández. De allí surge como una atracción fatal la propuesta del oxímoron: “fascismo-libertario”, oponiéndose férreamente a cualquier moderación.
En las recientes elecciones llevadas para redistribuir la representatividad del Parlamento Europeo, las ultraderechas tuvieron un gran protagonismo, principalmente en países como Francia, Italia y Alemania que, por su cantidad de escaños a renovar, han inclinado un poco más el parlamento del viejo mundo hacia la derecha.
En América Latina se tiene la impresión que también enfila para ese mismo lado, aunque los datos objetivos no parecen corroborar esa percepción. Desde el 2015 se llevaron a cabo 31 elecciones, de las cuales el neoliberalismo triunfó en 16 y la izquierda y/o progresismo (popular) en 15. Queda a las claras que por lo menos parte de nuestro continente está en disputa por estos dos enfoques ideológicos. Si a ésto le sumamos que de los 5 países con más Producto Bruto (Brasil, México, Argentina, Colombia y Venezuela) hay 4 que responden a gobiernos de izquierdas/progresistas, se desvanece aún más esa “impresión”.
Claro está que las derechas europeas y las latinoamericanas tienen tópicos en común: la jerarquía económica y social atribuida a la naturaleza humana, la meritocracia, la xenofobia, el antifeminismo, el individualismo por encima del bien colectivo, las “reglas” del mercado como una Ley natural, entre otras. Existe otra coincidencia: llegan al Poder tras los fracasos de gobiernos progresistas y/o de centro, en los cuales la ciudadanía deposita muchas expectativas para resolver sus problemas económicos y hasta cotidianos, después de haber sido gobernados bajo modelos neoliberales. Pero esos gobiernos progresistas, fracasan aplicando las mismas recetas económicas, sólo con matices diferentes que se relacionan, en general, con respuestas a reclamos sectoriales de minorías, que no modifican la estructura de distribución de la riqueza.
Tanto en Europa como en América, ante el surgimiento de posiciones de extrema derecha, no emergen oposiciones de extrema izquierda. Muy por el contrario, las izquierdas o sectores populares se van “moderando”, creyendo que de esa manera conseguirán un mayor apoyo de la sociedad, porque presumen que esa misma sociedad “se ha derechizado”. Y en realidad, los Pueblos buscan gobiernos que representen sus intereses y no los decepcionen con medidas indulgentes hacia los grupos económicos de Poder. Esto ha sucedido en nuestro país y en Alemania, y se ha replicado en los dos continentes desde la caída del comunismo, y con él, la degradación del Estado de Bienestar, concesión del sistema capitalista para frenar al socialismo.
Pero existe una característica que diferencia las derechas latinoamericanas de las europeas en su esencia: éstas (y las de todo país no dominado) son soberanistas, es decir tomar decisiones para dentro y fuera del país, sin injerencias de ningún orden ni origen. En cambio, las derechas en los países latinoamericanos son subordinadas al Poder económico colonial /imperial, lo que en la jerga nacional y popular se lo denomina como “cipayismo”, en referencia a los soldados de India, que estuvieron al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña.
Quizás haya que mandar al carajo la moderación en términos políticos, porque en los últimos 50 años, fue la forma de acallar el avasallamiento de derechos de los grandes capitales a los Pueblos, más allá donde se encuentren los Pueblos. Lo cierto es que las y los argentinos nos llevamos la peor parte.
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