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Columnistas
17/03/2024

Causas de lo inexplicable

Causas de lo inexplicable | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El rechazo al DNU por parte del Senado puede ser un buen comienzo para curar a una oposición que adolece el Síndrome de Estocolmo. Pero no alcanza.

Rodolfo Canini

Resulta difícil aceptar, al menos para una parte considerable de las y los argentinos, que el Presidente del país espete a los gobernadores “los voy a mear”, o peor “los voy a fundir”, o al Congreso Nacional lo califique como “nido de ratas” o le diga a diputados y diputadas “les voy a cerrar el Congreso si me ponen trabas”. Es indigerible que el Presidente haga alusiones sexuales groseras ante estudiantes secundarios, o lo que es más brutal, infunda a las y los adolescentes un discurso fascista, discriminatorio. Son excesivamente abundantes los dislates, los exabruptos del primer mandatario. ¿Qué hicimos o qué no hicimos para llegar a este resultado político, pero también social, económico y cultural? Existen tantas respuestas como variables. Intentaré dar una versión de las tantas posibles.

La pandemia y sus efectos

El año 2020 marcó un antes y un después en la salud mental de las personas en todo el mundo. Los trastornos emocionales, depresión, estrés, apatía, irritabilidad, insomnio estuvieron a la orden del día, durante y después de la pandemia. El aislamiento social y las incertidumbres sobre el futuro fueron sus principales responsables, pero no fueron los únicos y no es el objeto de hacer un detalle de ello.

El filósofo esloveno Slavoj Žižek se equivocó feo cuando vaticinaba, en los inicios, a la pandemia como una oportunidad para instalar un nuevo sistema social “comunista” -¡Comunismo o barbarie, así de simple!- que reemplace al “Orden Mundial liberal-capitalista”, afirmaba el también sociólogo. Muy por el contrario, la llegada del Covid aceleró y profundizó un conjunto de desigualdades económicas, sociales, políticas y culturales previas, que se prolongaron hasta hoy.

El escenario digital a partir del confinamiento social dio lugar a los discursos violentos, intolerantes, rompiendo todo tipo de consensos y aumentando la percepción de incertidumbre, desolación e impotencia. Claramente, la forma de comunicación conllevó una deshumanización y falta de compromiso con las otras personas actuantes en las redes “anti-sociales”. Se exacerbó el individualismo y disminuyó notablemente la capacidad de empatizar y confraternizar, y mucho más, la capacidad de organizar.

¿La extrema derecha es un producto de la pandemia?

El Presidente brasileño, Ignacio “Lula” Da Silva propuso una alianza global contra el fascismo. "Ya es hora de enfrentar a una extrema derecha que actúa coordinadamente. No podemos transigir ante el totalitarismo ni paralizarnos por la perplejidad”, propuso. La extrema derecha avanzó considerablemente, no tan solo en nuestro país, sino en el mundo “occidental y cristiano” (más que nunca es occidental, confrontando con China, y cristiano, por las y los evangélicos sionistas).

Obviamente que toda conducta social es multicausal en mayor o menor medida, pero el vínculo del surgimiento de la extrema derecha con los efectos de la pandemia es innegable. La gran mayoría de la humanidad quiere olvidarse de ese trago amargo de cuarentena prolongada del pasado, pero nos marcó profundamente el futuro.

Las operaciones político-mediáticas de los grandes medios y la agenda mediática oficiales, con poca pluralidad, generaron una incertidumbre comunicacional, que desembocó en una crisis de confianza en las instituciones, socavando la capacidad crítica frente a la información. El zapping televisivo de los 90 quedó ampliamente superado por la velocidad y variedades extremas de información, donde la reflexión y el discernimiento fueron condenados a muerte. Nuestras cabezas no pueden superar más de tres minutos de atención ante una propuesta informativa. Al esfuerzo por proteger a la población en plena pandemia de parte de los gobiernos, se le opuso la protesta a la restricción de las libertades individuales, de parte de sectores “libertarios”. El conservadurismo pasó a ser “revolucionario” y el progresismo, conservador. Los sectores más reaccionarios socialmente y más concentrados, económicamente, “la vieron”. Una buena oportunidad para generar desconfianzas, para acumular fuerzas a partir de una polarización maniqueísta e insuflar todo tipo de malestar, para convertirlo en odio e irracionalidad. Así se afianzó y desarrolló la extrema derecha en muchos países de nuestra América.

Argentina no es la excepción, es el ejemplo

Si bien el último gobierno de Alberto Fernández sumó méritos para darle paso a la ultraderecha en nuestro país, cuesta creer que sea la única causa o la más importante para que hoy haya un desquiciado ocupando la presidencia del país. No es Milei el problema más grave que tenemos las y los argentinos: el verdadero problema es que Milei sea un producto, un emergente de nuestra sociedad. Claramente no hago referencia a la persona en sí, sino a lo que la persona representa. Había condiciones para que ello ocurriera: intolerancia, personas violentadas con un individualismo extremo que sobrepasa al concepto de nación, y más aún, de comunidad. Un ambiente político muy lejano a generar empatía con aquel que piensa diferente, sin disposición a consensuar. La semilla para una sociedad disociada estaba sembrada.

Gobernadores que dejan pasar dichos de un Presidente que no para de humillarlos; o Diputados y diputadas que hacen oídos sordos a reiterados agravios; gremialistas (del trabajo y del empresariado) que no reaccionan ante el avasallamiento a los derechos de la clase obrera y los magros resultados económicos de las empresas. El rechazo al DNU por parte del Senado puede ser un buen comienzo para curar a una oposición que adolece el Síndrome de Estocolmo. Pero no alcanza. No hay una respuesta contundente a tanta ignominia. ¿Será porque existe un 45% de compatriotas que, por distintos motivos, siguen apoyando a este descomunal estropicio?

El 1 de junio del pasado año (antes de las elecciones), “Va Con Firma”, publicó un artículo que titulé “El neo-fascismo salió del closet”. Allí decía: “Milei ya ganó. No electoralmente (aunque en ese momento estaba convencido que electoralmente también ganaba), eso se verá en poco tiempo. No hemos perdido sólo las y los peronistas, radicales, socialistas y marxistas; independientes e indiferentes; todos y todas hemos perdido el debate con nuestra propia historia, resignando un piso de derechos sociales, y acuerdos democráticos que creímos intangibles”.

El tiempo es un viejo sabio, que todo lo explica.

29/07/2016

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